
domingo, 18 de mayo de 2008
lunes, 17 de marzo de 2008
sábado, 27 de octubre de 2007
La sexta edición de La G fue íncreíble (sic)
Paula Peyseré insiste en permanecer en su lugar de espectadora. Lee su poema largo Pálpito, editado por guachaeditora, desde el llano, rodeada de un público atento que aumenta sus ganas de obtener uno de los 4 ejemplares a ser rifados.
El intervalo musical es encantador: Rodrigo Ruiz Díaz y Santiago Lautaro Adano tocan guitarras y cantan temas propios y ajenos, nadie quiere que se bajen pero es inevitable que la noche siga su deambular.
¡Éxtasis! Clara Muschietti, fotógrafa y poeta, lee fragmentos de su nuevo libro La campeona de nado. Sube al escenario con una manzana: una versión de sí misma muy duty free. En un gesto enternecedor, dedica un poema a P. P.: alega que es el que a ella más le gusta. El público chasquea enérgicamente.
Cierra el bloque oficial Fede Textoni, leyendo poemas de El epígrafe y otros. No faltan aquí el Humor ni la Desenvoltura. ¿Es que ya no hay tímidos en el mundo?
Otro intervalo musical. Íbidem.
Luego, Funes y Lahe (Los pimpi, una pareja de lectores que promete y cumple) leen Los pacoquis de Levín, probablemente uno de los poemás largos, provocativos y con un exageradísimo uso de los equívocos y las preposiciones. Para conseguir uno de la segunda edición antes de que se vuelva a agotar: editorialfunesiana@gmail.com
Rifamos de todo:
-Zona Churrinche
-Fanzine El espiral, de la gente de la PPQQ.
-Pipí Cucú #3 (nuevo número, lindísima, a tres pé, copate)
-La guerra de las mariquitas, de Copi. Otra joya de Eloísa Cartonera: travestis brasileñas invaden París.
-La cautiva y El matadero, de Esteban Echeverría. Vuelta de obligado por el párrafo de *y a nalga pelada denle verga*.
-Fanogramas de Lahe en formato póster.
-Pálpito de P.P.
Y todxs ganamos con El puchero de la Lealtad que cocinó El chivo. ¡Gracias, pa! Ya es hora que que dejes la fábrica y te dediques a la gastronomía.
Pasaron por el mic abierto: una banda argentina de reggae brasileño, los adrianes bechelli y berra, ori, eli lapoetaenacción neira, maritorres.
La próxima en un mes! Gracias a todxs por venir! INF!
__
sábado, 28 de julio de 2007
Otra góndola que se va...
«Cálido»: el epíteto que mejor designa el ambiente del CCPACHAMAMA. Para conjugarlo con la noche del jueves, voy a agregar: fluido, alegre, tocado por la curiosidad sostenida del público que, silente y atento, asistía a un acto inaugural o al menos oxigenante. El proyector andaba bien, afinamos detalles con los invitadxs y sólo nos quedó empezar.






Destacados:
*En un momento de la trashnoche, alguien señala un graffiti de PV, no recuerdo si fue Garamona o Gerardo Jorge que dijo, mirá mirá Poesía Visual. Chapeau.
**Pat Morita devenida el loboferoz buscando al vándalo que pintó horriblemente con aerosol negro uno de los retratos de Marley que el CCP exhibe. A la media hora descargábase con el mismo aerosol en una de las paredes del lugar: NADIE VIO NADA.
***Choripanes deliciosos de tentempié.
****Se rifaron: Operación Masacre, de R. Walsh; Breve antología de Ciencia Ficción, R. Bradbury & cía; Malarma, de Alan Pauls: un cuento fenomenal editado por Eloísa Cartoneribus; y las revistas Zona Churrinche, y Pipi Cucú.
*****La inmensa cantidad de caras nuevas.
******La gente que hace el aguante: Tom, Nata, Ori, Jota, Gerardo, Clara O., Matiu, Silvi, Funes y tantxs más.
*******Dom, que me da una remano en las crisis cuando los cables fallan y el tiempo no sobra, y por tanto más.
INF
domingo, 22 de julio de 2007
viernes, 6 de julio de 2007
Uno de la LG IV TRADUCCIONES
El ángel de la guerra, Thomas De Quincey
Versión de Jerónimo Ledesma
Me disculpo anticipadamente porque en la próxima lectura el oyente será forzado a entender después, siempre más tarde, cuando todo haya ocurrido y la voz dejado de sonar. Esto mismo, que es una presentación de la traducción que voy a leerles, se entenderá recién cuando les haya leído la traducción. Es una pequeña estafa, lo sé, pero tiene sus razones. No me acusen de estar procastinando, a menos que estén seguros de no estar haciéndolo ustedes mismos.
El original pertenece a De Quincey pero no se llama “El ángel de la guerra”. Éste es un título de fantasía que le puse yo para que el señor Laje armara sus carteles. Se trata en realidad de un texto sobre la guerra. Más precisamente, es el comienzo de un artículo así llamado, “On war”, que De Quincey incluyó en la edición americana de sus obras escogidas de 1854. Su argumento principal está dirigido a los que pretenden abolir la guerra y postula: que la guerra no puede ser abolida y que la guerra no debería ser abolida. No importa aquí cómo justifica esos postulados urticantes, porque no aparecen en lo que traduje. Lo que traduje es el exordio para ese argumento doble y se limita a montar un escenario a la vez cómico y sublime. En el escenario aparece un ángel, y la acción de ese ángel está vinculada a la guerra. Por eso el título que le puse, si fantasioso, no es descabellado.
“El ángel de la guerra”, mi traducción de De Quincey, pone en escena la devaluación. La pone en escena porque el original alude a un tipo de moneda y de valor económico que a nosotros nos es desconocido, o sólo conocido como valor ajeno o, peor aún, como quimera de una convertibilidad pasada.
Tengo la esperanza de que lo que digo se entienda después, y les pido que ahora sólo retengan, confusamente, la idea de que mi traducción, aunque trata de conservar la vida del original, devalúa. En el original se habla de una media corona. La media corona o half crown es una moneda con una importante tradición en el Reino Unido. Apareció en el Renacimiento y después no hubo reinado, casi, que no la acuñara. Fue cambiando de efigie, naturalmente: hasta tuvo la de Cromwell, un antirrey, cuando éste gobernó Inglaterra. Fue cambiando de valor: a fines del siglo diecinueve equivalía a medio dólar. Y también, en su subsistencia, fue cambiando de material: primero fue de oro, luego de plata, pero nunca se rebajó a menos, quizás por hacer caso a esa definición de Montesquieu: “…una moneda sirve para el pago de toda mercancía, y es generalmente de metal, para que no se gaste con el uso. La sal, que sirve de moneda en Abisinia, tiene el defecto de que se consume”.
En la traducción cambié la media corona inglesa de 1854 por una moneda de un peso local del 2007. Temo que al lector argentino esto le parezca un verdadero fraude. Al verosimilizar el original el texto se vuelve demasiado satírico, hasta casi perder su fuerza. Una moneda de un peso no es una media corona. Aún cuando lo que propone De Quincey sea un disparate, es un disparate con un fundamento, y el fundamento es la histórica perdurabilidad de la media corona. La moneda de un peso está condenada a perecer, y toda la fantasía de De Quincey se sustenta en la duración de la media corona. Aunque como economista político, De Quincey debía saber que la media corona tampoco podía durar. Como otras monedas predecimales, la media corona fue discontinuada en 1970.
En un sentido podría sostenerse que mi traducción se proyecta y se nutre de un fondo kirchnerista, porque cuenta con que la devaluación engendre y propicie nuevos textos. Pero en otro sentido, es antikirchnerista porque abandona la idea de que la devaluación nos hará libres: traducimos sin capitalizar la media corona, traducimos para seguir hablando entre nosotros. Y al que diga que hablamos de un inglés, le diré que hablamos de Ceilón, de un ángel y de monedas de un peso.
David Masson, editor de De Quincey, definió lo que lo que estoy por leerles como: “uno de esos pasajes de refinada fantasía, tan peculiares en De Quincey, que pueden ser separados de sus escritos, cualquiera sea el contexto, y admirados por sí mismos como joyas literarias.” Es cierto lo que dice Masson, y por eso separo el fragmento de su contexto original, pero agrego que no se trata sólo de refinada fantasía, ni de alado romanticismo, porque el fragmento nos muestra una metafísica economizada, transportada al plano material de los intereses, las deudas y los desembolsos.
Dicho esto, paso a la lectura de “El ángel de la guerra”.
El ángel de la guerra
Como todos saben, en diversas partes de
En Ceilón hay un cippus de granito, o monumento en forma de columna, de edad inmemorial; y a esta columna viene asociada una leyenda notable. En la plancha plana y cuadrada del tope, la columna mide dos metros por dos metros, es decir, cuatro metros cuadrados; y mide de alto varias riyana, que son unidades ceilonesas de
Pues la leyenda ceilonesa dice así: que una vez, y solo una, cada cien años, un ángel visita el monumento de granito. Este ángel lleva puesta una túnica de muselina blanca, de esa clase que los romanos llamaban aura textilis, y que está tejida, se diría, con zafiros o vibraciones de aire; tal es su transparencia, tan sutil su liviandad. ¿Toca el ángel la columna con sus pies? ¡De ningún modo! Eso ya sería algo, pero ni siquiera eso está permitido. Volando en silencio, el ángel sólo deja que la superficie sea raspada por el borde de su túnica impalpable como por un haz de luz de luna. Ésa es toda la contaminación que tolera el ángel de los objetos de la tierra: el extremo inferior del vestido rozando la superficie de granito con la suavidad de la luz. Ése es todo el desgaste que la sagrada piedra padece en el curso de un siglo; y ése es todo el avance que nosotros, los pobres hijos de la tierra, realizamos en un siglo hacia el fin de nuestro confinamiento. Pero como sostiene la sutil leyenda, incluso ese desgaste, medido en una escala metafísica, no debe ser menospreciado; pues en efecto desprende de la columna un átomo de granito, y el radio de ese átomo, en relación con el grano avoirdupois, medida internacional de referencia, podría crecer, en virtud de su denominador, desde la oficina del Ministro de Hacienda en Londres hasta
Naturalmente, para acompañar ese tipo de deudas, que avanzan con tanta lentitud, hay fondos que se acumulan con lentitud no menor. La moneda de un peso que me propongo donar así lo ilustra. Mi moneda viajará en dirección inversa a la columna de granito. La columna y la moneda se mueven en sentidos contrarios; y hay un punto exacto en el tiempo (que corresponde al álgebra investigar) donde ambas deben cruzarse, tal como se ve graficado en la cruz de San Andrés o la letra X. A partir de este punto de intersección mi ascendente moneda tenderá en forma paulatina hacia las estrellas fijas, de modo que no sería desacertado designar al hombre de la luna como apoderado de esa parte de la acumulación que salga de la óptica de los banqueros sublunares; en tanto que la columna de Ceilón seguirá destejiendo constantemente su textura de granito y se encogerá en dirección de la tierra. Es probable que ambos procesos alcancen su fin simultáneamente. Ceilón olvidó decir qué debe hacerse con el grano de mostaza. Pero lo que debe hacerse con la moneda y sus intereses lo sabrán todos después de leer mi testamento. Allí primero consigno las sumas insignificantes que dejaré a los tres continentes y al hombre de la luna por cualquier molestia que les haya ocasionado la administración de las hiperbólicas acumulaciones y luego apunto que cuando la guerra haya desaparecido para siempre “y sin margen de error” (pues predigo muchas falsas alarmas de paz perpetua), se presentarán diversos inconvenientes para todas las secciones del Ejército, incluyendo a
Es a este fondo (un fondo capaz de afrontar lo que sea cuando se lo necesite) al que confío de una vez y para siempre el alivio general de todas las deudas, déficits o cargas generadas por la extinción de la guerra. Imputo a su cuenta una pensión vitalicia de salario parcial para todos los ejércitos de la tierra; o mejor aún, ya que puedo meter mano todavía, les adjudico un salario completo a todos los retirados. Y conmino firmemente a mis apoderados y ejecutores, pero en especial al hombre de la luna, si es que su vida antisocial no apagó en él toda chispa de sentimiento gentil, que analicen sus derechos con generosidad; sí, con esa generosidad rabiosa que es segura y placentera cuando se aplica a un fondo tan inagotable. Sí, lector, mi fondo será inagotable, visto que no puede dejar crecer mientras la guerra siga existiendo. Y así pues, por necesidad mi fondo previsional será tan inagotable como el de la mismísima columna de Ceilón.
Fin de “El ángel de la guerra”